El 1900 o los comienzos de una sociedad deportiva
Eugène Chapus en su libro Les sports à Paris, publicado en 1854, y el barón de Vaux en Les Femmes de sport y Les Hommes de sport, publicados en 1885 y 1888 respectivamente, calificaban las actividades físicas como un ocio para la nobleza y la alta burguesía. Equitación, caza, tenis, esgrima, golf, polo, alpinismo, automovilismo y pronto también esquí y aviación eran actividades reservadas a la alta sociedad parisina o provinciana, que se entregaba a la realización de hazañas de manera totalmente desinteresada, aprovechando para alimentar al mismo tiempo su vida mundana. «Cuando cae la tarde, la actividad disminuye y los jugadores se reúnen alrededor de las mesitas de té. En las noches claras y estrelladas de junio, los miércoles se baila […]. La barca no deja de ir y venir entre las dos orillas para traer hasta esta pequeña isla aristocrática a la élite de la sociedad parisina.» Así describía el Círculo de Tenis de la isla de Puteaux la revista Les Sports modernes, en agosto de 1905. Un círculo en el que se podía ver «la elegancia discreta y distinguida […] que sigue siendo una exclusividad parisina». El periodista del número de julio de ese mismo año ya había dado un adelanto: «El gran patrón de esta isla elegante y deportiva, fiel copia de los más distinguidos lugares de veraneo a la espera del verdadero veraneo, el vizconde Léon de Janzé, cruza rápidamente atento a todo».
Al mismo tiempo, deportes más populares como la natación, el rugby o el ciclismo suscitaban cada vez más interés en la clase media. Los primeros clubes deportivos comenzaban a tener bastante éxito. Algunos de ellos se federaron en la Union des sociétés françaises de sports athétiques (Unión de sociedades francesas de deportes atléticos) fundada en 1889. Fue asociado a esta federación que, en 1894, en el gran anfiteatro de la Universidad de la Sorbona, Pierre Frédy, barón de Coubertin, propuso organizar unos juegos olímpicos modernos. Sin embargo, la actividad deportiva era principalmente masculina y, a partir de 1900, tendería cada vez más a la profesionalización como medio de alcanzar mejores resultados. El Tour de Francia, lanzado en 1903 por el periódico L’Auto, marcó un hito en la historia del deporte ciclista masculino: la enorme cobertura de la prensa dio impulso a una pasión de multitudes.
Por el contrario y salvo raras excepciones, la práctica deportiva femenina todavía se consideraba un elegante pasatiempo. Jacques Redelsperges escribía en la revista Je sais tout del 15 de julio de 1907: «He aquí, delgadas y coquetas,/las rubias muchachas de dieciséis años/con el busto ceñido por sus chaquetas/protegidas por sus gorros blancos/sintiendo temblar en sus manos las raquetas».
Ce parcours thématique "Mode et sport", qui met en exergue la dimension sociologique de la mode, est issu de recherches en cours qui font régulièrement l'objet de publications et de conférences.
«¿Hasta dónde irá la influencia de la bicicleta en el vestir? […] ¿Los bloomers se apoderarán de toda la sociedad femenina, hará su entrada en la vida civil, sin siquiera necesitar para ello una máquina, una bicicleta o un automóvil? », se pregunta el famoso periodista John Grand-Carteret (1850-1927) en su libro La femme en culotte publicado en 1899. El último tercio del siglo xix vio el éxito fulgurante de la bicicleta. El campeonato de Francia de velocípedo, instaurado en 1880, se prolongó en 1881 con la creación de la Union vélocipédique de France (Unión Velocipédica de Francia). En su Histoire générale de la vélocipédie, publicada en 1891, L. Baudry de Saunier comentó con vivacidad la moda de este vehículo, subrayando que las mujeres contribuían tan ampliamente a su éxito que la Facultad de medicina, ofendida, se enfureció. Las mujeres eran muy criticadas por utilizar este medio de locomoción, ya que presentaba un riesgo no solo para la salud de la futura mamá, sino también por la libertad desconsiderada que les proporcionaba. Paradójicamente, en la cultura francesa, los calzones bombachos o bloomers simbolizan a la mujer de la Belle Époque en bicicleta, mientras que las faldas pantalón combinadas con blusas y chaquetas de mangas abombadas estuvieron tan a la moda como aquellos. Probablemente sea porque el corte bífido evocaba el pantalón masculino. En efecto, los bloomers eran objeto de caricaturas con el pretexto de que masculinizaban la figura de la mujer, lo cual era un peligro para el equilibrio social. Como detalle divertido, cabe señalar que la estadounidense Amelia Jenkins Bloomer (1818-1894), a la que deben su nombre, nunca llevó este tipo de prenda, sino un pantalón abombado combinado con una larga túnica de mangas largas con cinturón. Famosa por sus escritos publicados en la prensa desde 1851, Amelia reivindicaba el uso del pantalón por parte de las mujeres principalmente por motivos prácticos e higiénicos. Siguiendo su ejemplo, las mujeres francesas, libres en sus movimientos gracias a los bloomers, abrieron el camino hacia un reconocimiento progresivo pero seguro de los derechos de la mujer.
La mujer en bloomers
Moda en bicicleta







Spencer de cycliste





Culotte de cycliste



Le Chalet du Cycle au bois de Boulogne



Bicyclette au Vésinet
Desde el siglo xviii, las teorías higienistas venían proclamando las virtudes para la salud de los baños de mar. En este contexto, empezaron a surgir a principios del siglo xix, balnearios como el de Dieppe, cuyo éxito se debió principalmente a las frecuentes estancias en la ciudad de María Carolina de Borbón-Dos Sicilias, duquesa de Berry. Sin embargo, hubo que esperar hasta el Segundo Imperio y el increíble desarrollo de los ferrocarriles para ver la multiplicación de las estaciones balnearias francesas, en especial en las costas normandas y vascas. A partir de ahí, la pequeña burguesía pudo acceder con más facilidad a los baños de mar y disfrutar de las instalaciones del litoral: hoteles, casinos, lugares para la práctica deportiva, etc.
Frente a este éxito, los municipios se vieron obligados a adoptar resoluciones para organizar los baños de mar: hombres y mujeres debían bañarse por separado y cambiarse en cabinas montadas sobre carros con ruedas que los caballos arrastraban hasta el mar. Los baños de mar obligaban a plantearse la delicada cuestión de la vestimenta apropiada y respetuosa del pudor. La decencia exigía un traje de baño que cubriera el cuerpo. Formados por lo general por una túnica de mangas largas y un pantalón ajustado en las pantorrillas, y fabricados habitualmente en sarga de lana o en franela, los variados modelos salían publicados en los catálogos de las grandes tiendas. En las últimas décadas del siglo xix, el traje de baño tenderá a aligerarse y a acortarse, dejando ver los brazos, por ejemplo. Sin embargo, un artículo publicado en el número de Fémina del 15 de junio de 1901 bajo el título «À la mer» confirma la gran cantidad de prendas que formaban el traje de baño aún a principios del nuevo siglo: «El traje de baño comprende prendas de debajo y accesorios muy completos. En primer lugar, el corsé, un corsé especial de tela sencilla con ballenas que marca y sostiene el busto por medio de un ancho cinturón que se cruza por delante. Luego, las medias de lana, gracias a las cuales se pueden llevar con elegancia faldas y calzones más cortos. Por último, el tocado, un postizo de pelo ondulado y rizos despeinados que caen sobre la frente y que, sujetos con una cinta de goma, protegen el verdadero peinado y permiten ajustar con elegancia la cofia, la gorra o el sombrero.»
Con el paso de los primeros años del siglo xx, cada vez más las mujeres abandonan el mero baño de placer y adoptan una práctica deportiva de la natación, y con ella, a imagen de la campeona australiana Annette Kellermann, un traje de baño de una pieza, semejante al masculino, aunque más atrevido y sobre todo apropiado para la natación. Mientras que, en vísperas de la primera guerra mundial, los trajes de baño de ambos estilos coexisten en las playas, en las décadas siguientes triunfará el traje moderno de una pieza, que se transformará incluso en dos piezas, en 1932, cuando el modisto Jacques Heim diseñó el modelo Atome, antecesor del bikini. Liberado de tantas prendas, el cuerpo ahora se exhibe en las playas con naturalidad.
Todos a la playa
Trajes de baño y accesorios





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Costume de bain : tunique et culotte

Costume de bain : tunique et culotte



"Vogue"

"Aux Dames de France - Bains de Mer"
A comienzos del siglo xx, la práctica deportiva femenina era todavía incipiente y estaba asociada principalmente a la educación física necesaria para la salud de las madres y a un ocio social. A pesar de que las competiciones deportivas femeninas iban haciendo su lenta aparición, las sportswomen no se interesaban en ellas. La Fédération des Sociétés Sportives Féminines de France, presidida por Alice Milliat, tenía muchas dificultades para conseguir que se aceptasen las competiciones femeninas de igual forma que las masculinas. Finalmente, las clientas de las casas de costura parisinas que lucían las primeras prendas de la indumentaria deportiva no fueron las fundadoras del deporte femenino, salvo algunas excepciones. En cambio, sí se las ve en los campos de golf, en las partidas de caza y en los clubes de tenis. En la revista Fémina, publicada a partir de 1901 por Pierre Lafitte, antiguo periodista deportivo convertido en patrón de la prensa, las mujeres leían las noticias deportivas con el mismo interés que el que mostraban por las novedades teatrales de la capital. Para saciar su sed artística, hojeaban las páginas ilustradas de lujosas revistas como La Gazette du Bon Ton o Art, goût et beauté, en las que mujeres jóvenes, elegantes y deportivas lucían las prendas a la moda reclinadas sobre modernos automóviles o esquiando en las laderas nevadas. La indumentaria deportiva —que, con mente visionaria, Gabrielle Chanel (1883-1971) comenzó a diseñar a partir de los años 1910— nació como consecuencia de este concepto elitista de la práctica deportiva, influenciado por la prensa y por un deporte masculino que desteñía sobre el femenino. Quince años más tarde, casi todas las casas de alta costura del primer distrito de París ofrecían modelos de telas maleables y cortes prácticos y sencillos: Schiaparelli, Patou, Lucien Lelong, Jeanne Lanvin, Jane Régny, Premet, Maggy Rouff, entre otras.
La mujer, el deporte, la prensa y la costura de 1900 a 1930
Actividades deportivas

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Partidas de caza

Manchon de chasse



Eventail plié

Tricorne
Automóvile

"100 à l'heure"







Lot de 4 bonnets

Casquette d'automobiliste
Esquí

Tenue de ski

Tenue de ski de Louise Boulanger

Tenue de ski pour femme / Femme en manteau, Fonds d'archives graphiques de Roger Rouffiange

Echarpe et bonnet
Tenis



Le tennis. Retour du Lawn-tennis



Robe de tennis



Ensemble tennis
El tejido de punto siempre ha sido el signo distintivo de las prendas deportivas. En Francia, en la zona de la ciudad de Troyes (departamento del Aube, al este de París), a partir de 1840, inventores y fabricantes de telares buscan innovar. Treinta y cuatro artesanos originarios principalmente de esa región presentan sus productos en la Exposición Universal de 1878. La producción se diversifica: a los tradicionales calcetines, medias y guantes se suman otras prendas de punto llamadas jersey o jerséis, por el nombre comercial inglés derivado del lugar de producción original de este tipo de malla: la isla de Jersey. El almanaque Didot- Bottin de 1888 enumera, en París, un centenar de casas especializadas en tejidos de punto y prendas en malla jersey, tanto para la ciudad como para el mar, entre las cuales destaca la famosa casa Neyret et Cie. En el último tercio del siglo xix, la camiseta masculina de debajo deja de ser una prenda interior para transformarse en prenda de encima, siempre en tejido de punto. Esta otra camiseta se usaba principalmente para deportes con balón, atletismo y gimnasia. A partir del 1900, la vestimenta femenina adoptó este tejido deportivo masculino: empresas como Williams & Co, de la Rue Caumartin, Tunmer, de la place Saint Augustin, Allen, de la Rue Etienne Marcel, proponían modelos de suéteres o cardiganes abotonados, prácticamente unisex, para la nieve. A partir de 1909 aparecieron los trajes de calle en tejido de punto, una especialidad de las hermanas Mesnard, en la Rue de Penthièvre, y de la Maison Gastineau, en el Faubourg Saint-Honoré, a los que daba difusión la prensa femenina. En este contexto lanzó Gabrielle Chanel sus camisetas marineras de punto en su tienda de la ciudad de Deauville, en el verano de 1913. Más tarde, en el periodo de entreguerras, surgiría una gran variedad de tejidos de punto (de seda, de lana…), con una variedad aún mayor de denominaciones comerciales, como djersalla, djersador, djersacié. Los modistos acabaron adoptándolos para sus trajes y vestidos de calle utilizados no solo en la práctica de actividades físicas, sino también en la vida social, en los viajes, e incluso en prendas de noche, lo cual marcó la consagración definitiva de estos tejidos. Este formidable éxito llevó al sportswear femenino francés, entendido como una vestimenta práctica y cómoda utilizada en las actividades deportivas y de ocio en general, a ocupar un lugar cada vez mayor entre 1910 y 1939, y a influir en la alta costura hasta nuestros días. En cuanto al tejido de punto, pasó a estar omnipresente en la vestimenta de cada día a lo largo de todo el siglo XX.
¡El deporte y punto!
Tejidos de punto



Madame Havet, dite Madame Agnès, en tenue de ski composée d'un pantalon de laine et d'une veste de laine à boutonnage, écharpe et béguin, maison Agnès

Maillot de bain 1 pièce









Chandail de ski










